W. SACHS (editor), Diccionario del desarrollo. Una guía del conocimiento como poder, PRATEC, Perú, 1996 (primera edición en inglés en 1992), 399 pp.

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SOCIALISMO

Harry Cleaver

Una de las criticas mas duraderas del desarrollo capitalista ha sido la de los socialistas. Desde los análisis pre-marxistas de cómo el desarrollo capitalista genera pobreza y sufrimiento extremos junto a extremas concentraciones de riqueza, pasando por la disección de la explotación capitalista y el antagonismo de clases hecha por Marx, siguiendo con el análisis del imperialismo como etapa superior del capitalismo, hecho por Luxemburg, Bujarin y Lenin, hasta las mas recientes criticas de la dependencia, los socialistas han castigado duramente la expansión internacional de las relaciones sociales capitalistas como un proceso que ha traído miseria mas que mejoras en las condiciones de vida para la inmensa mayoría de los pueblos del mundo. En vez de «desarrollar» el Tercer Mundo, dicen, «el capitalismo lo ha subdesarrollado» - ha hecho peor las cosas de lo que eran cuando todavía eran «no desarrollados», es decir libres de la imposición de las relaciones de clase capitalistas.

Sin embargo, simultáneamente, en vez de abandonar el proyecto del desarrollo, los socialistas han propuesto consistentemente la adopción de un «desarrollo socialista» alternativo. Este ha sido el caso principalmente desde la construcción del socialismo en la Unión Soviética, que suministró una real alternativa de vida al capitalismo y no sólo una teoría. La industrialización extremadamente rápida (para las normas históricas) de la Unión Soviética, que en el tiempo de la Revolución de 1917 era aun predominantemente una sociedad agraria, convenció a muchos de la superioridad del desarrollo socialista sobre el capitalista, o del socialismo sobre el capitalismo,
tout court

Esto era particularmente cierto en el Tercer Mundo donde el anticolonialismo frecuentemente llegó a incluir al anticapitalismo y muchos intelectuales de los movimientos de la independencia estaban impresionados con los esfuerzos soviéticos de impulsar el desarrollo socialista y llegaron a considerar maneras en que esas medidas pudieran ser adaptadas a sus propias circunstancias. Esos intelectuales incluían tanto a revolucionarios como a aquellos que buscaban un cambio mas pacifico. Ya para 1920 Mao Zedong había sido llevado al marxismo y a la lucha por el socialismo, parcialmente por el ejemplo soviético. Para 1927 Jawaharlal Nehru, retornando del Congreso de las Nacionalidades Oprimidas de Bruselas y de una visita a Moscú, estaba listo a proclamar que su objetivo era el socialismo, tanto como la independencia que él había perseguido hasta ese momento como discipulo del Mahatma Gandhi. En 1936 él enunció una opinión sobre la relación entre socialismo y desarrollo que seria compartida por una generación de líderes en todo el Tercer Mundo: "no veo el camino de terminar con la pobreza, el vasto desempleo, la degradación y la sujeción del pueblo de la India. si no es mediante el socialismo".

En algún otro sitio en el Imperio Británico, visiones socialistas similares serian repetidas, como ocurrió con Kwame Nkrumah en la Costa de Oro (Ghana), Julius Nyerere en Tanganika (Tanzania), y Eric Williams en Trinidad y Tobago. Contra el Imperio Francés, líderes como Ho Chi Minh en Indochina, Ben Bella en Argelia, Léopold Senghor en Senegal, Modibo Keita en Mali, y Sékou Touré en Guinea, también buscaron alguna forma de socialismo o comunismo mas allá del colonialismo. Entre los muchos otros líderes del Tercer Mundo que viraron a varias (y frecuentemente muy diferentes) formas de socialismo, debemos también mencionar a Fidel Castro y al Che Guevara en Cuba, Patrice Lumumba en el Congo Belga, Amilcar Cabral en la Guinea Portuguesa, Camilo Torres en Colombia, Muhamar Jadafi en Libia, Michael Manley en Jamaica, Pol Pot en Camboya, Salvador Allende en Chile, Sendero Luminoso en el Perú, los sandinistas en Nicaragua y Nelson Mandela en Sudáfrica. La adopción del socialismo de estilo soviético por China y Cuba luego de sus revoluciones así como la introducción de esos métodos en Europa Oriental después de la Segunda Guerra Mundial y su aparente éxito en eliminar los males mas obvios del desarrollo capitalista - la inanición, los extremos dramáticos de riqueza y pobreza, el analfabetismo - que continuaban imbatidos en los otros paises, reforzó la causa de las formas socialistas del desarrollo.

En breve, a lo largo de cuatro décadas desde la Segunda Guerra Mundial, se ha propagado una competencia entre los desarrollos capitalista y socialista en el Tercer Mundo, que era paralela a la competencia entre capitalismo en el Primer Mundo y socialismo en el Segundo. Mientras los norteamericanos y las antiguas potencias coloniales de Europa Occidental promovían sus propias estrategias de desarrollo bajo el Punto Cuarto y otros programas de ayuda externa, los soviéticos (principalmente después de la muerte de Stalin), los chinos y en algún grado los cubanos trataron de extender sus modelos de desarrollo, parcialmente mediante el apoyo a varios movimientos revolucionarios, parcialmente mediante sus propios paquetes de ayuda externa. Corriendo parejo con los métodos occidentales, los paises socialistas financiaron el desarrollo del comercio y la infraestructura, desde represas hasta carreteras e investigación agrícola, construyeron escuelas y llevaron miles de estudiantes del Tercer Mundo a los paises socialistas para su educación. Solamente en la ausencia de la inversión privada extranjera podían los métodos de ayuda externa socialistas ser netamente diferenciados de aquellos de Occidente. En el contexto de esta historia, no es una exageración decir que la mayoría de los movimientos revolucionarios del Tercer Mundo orientados al derrocamiento de las instituciones locales de poder capitalista habían recurrido a los paises socialistas en busca de ayuda y de modelos alternativos de desarrollo.

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Las Revueltas Populares de 1989

Inmediatamente después de la ola de luchas populares que barrió la Europa Oriental en 1989 derrocando gobiernos autoproclamados socialistas, en medio de un levantamiento popular igualmente extendido en la propia Unión Soviética - desde el Báltico, a través de Rusia y hasta las repúblicas del Asia Central - es no obstante, imposible dejar de reconocer que el socialismo de estilo soviético esta siendo destruido desde dentro. En Occidente, los ideólogos del capitalismo están proclamando la muerte del socialismo, el entierro final del Dios que fracasó, y el triunfo de la libertad, de la democracia y del libre mercado. Se ha terminado la Guerra Fría, proclaman ellos con jubilo; el capitalismo ha vencido, el socialismo ha sido derrotado y la historia ha llegado a su fin.

Al mismo tiempo, socialistas y comunistas en todo el mundo han sido puestos claramente a la defensiva. Por una parte los oponentes de la linea dura a las reformas, especialmente en China, en que Deng y sus amigos respondieron a un levantamiento popular similar bañando con la sangre de sus hijos la plaza de Tiananmen, están condenando a los movimientos de masa como reaccionarios y contrarrevolucionarios y se están proclamando como los últimos bastiones de la alternativa socialista al capitalismo. Por otra parte, un vasto numero de otros socialistas y comunistas opositores al capitalismo, que reconocen los movimientos de Europa del Este como verdaderamente populares, están siendo forzados a reagruparse y a repensar.

En verdad, para quienes luchamos por un mundo mejor mas allá del capitalismo, sea que nos llamemos socialistas o no, para todos los que afirmamos creer en el poder de la gente comun para remodelar su mundo, este dramático levantamiento en el mundo socialista debe ser la ocasión de serias reflexiones sobre el tema del socialismo como alternativa del capitalismo. Podemos rechazar los reclamos tanto de los ideólogos capitalistas como los comunistas de linea dura como propaganda egoísta, pero podemos ciertamente coincidir en que esta ocurriendo algo muy significativo. ¿Debemos entender las acciones de los pueblos de Europa del Este como el rechazo definitivo del socialismo por el único pueblo que cuenta -las masas- y, por tanto, tomando en serio la lección, dejar de hablar de socialismo y desarrollo socialista como alternativas deseables al capitalismo? ¿0 están siendo rechazados los régimenes mas por stalinistas que
porque son socialistas? Si éste es el caso, entonces ¿qué es lo que queda del socialismo que pueda constituirse en una guía para pensar el movimiento mas allá del capitalismo?

No hay mejor lugar para comenzar, en consecuencia, que un breve examen de lo que los pueblos de Europa Oriental y la Unión Soviética rechazan. A primera vista, las demandas que han enunciado son como para alegrar los corazones de los capitalistas de todo el mundo. En el encabezamiento de la agenda ha estado la destrucción del poder monopólico del Partido Comunista no solamente sobre el proceso político formal sino sobre toda la vida social y económica. El grito ha reverberado de un extremo al otro del Imperio Soviético: " ¡terminad el monopolio, levantad la pesada mano del Estado controlado por los comunistas de nuestras vidas! " En Europa Oriental el movimiento de masas ya ha implementado sistemas políticos multipartidarios y las revueltas en las Repúblicas Soviéticas, han forzado a Gorbachov a aceptar cambios similares en la propia Unión Soviética. Al mismo tiempo, el aparato estatal represivo esta siendo desmantelado - la policía secreta desbandada, los prisioneros políticos liberados. Inmediatamente luego de estos cambios políticos dramáticos, están emergiendo intensos debates sobre política económica y social. Nuevamente aquí el énfasis de los reformadores populares ha sido, hasta el momento, la reducción del control estatal sobre la economia y la vida social en general. En algunas áreas el planeamiento estatal y los subsidios están siendo reducidos o eliminados, en otras áreas políticas sociales estatales restrictivas, tales como los intentos del Estado rumano de forzar a las mujeres a tener mas hijos, están siendo abolidas.

Por otra parte, es claramente demasiado pronto para ver exactamente cuales de las antiguas políticas serán retenidas y qué aspecto va a tener el rango completo de las nuevas políticas. Ya las discusiones publicas en toda el área, tales como los acalorados debates en el nuevo Parlamento Húngaro, han mostrado que mucha gente no esta interesada en deshacerse de los beneficios del socialismo tales como empleos y salarios garantizados, casas subsidiadas, salud gratuita y cuidado de los niños o pensiones de vejez. Sobre estos tópicos los debates apenas han comenzado y determinaran mucho del aspecto futuro no sólo de las sociedades europeas del Este sino también de la Unión Soviética.

La existencia de esos debates da crédito a los socialistas que sostienen actualmente que los levantamientos populares han sido dirigidos no contra el socialismo per se sino contra su perversión stalinista. Porque tales socialistas hacen énfasis en los ideales de igualdad y justicia social que, para ellos, el socialismo siempre ha portado consigo, así como los beneficios materiales reales
que aún el socialismo de estilo soviético, al menos hasta el reciente colapso de su sistema de administración económica supercentralizado y burocrático, ha traído para muchos. Mientras que una aproximación para decidir, si hay algo del socialismo que vale la pena defender y utilizar como guía para ir mas allá del capitalismo, es examinar la naturaleza de estos beneficios y compararlos con el conjunto alternativo de beneficios disponibles en el mundo capitalista, en el contexto de este ensayo, examinaré mas bien la otra cara del argumento socialista.

Es decir, cómo contra el estilo socialista soviético o chino con su caracteristico monopolio del poder por el Partido Comunista, otros socialistas, que a menudo se autotitulan socialistas democraticos o socialdemócratas, han sostenido por mucho tiempo que la esencia del socialismo ha estado en sus ideales sociales humanisticos. En oposición a la ideologia y a la practica capitalista de la competencia individualista a nivel de personas, firmas y estados nación, arguyen ellos que el socialismo siempre, desde sus primeras formulaciones, ha afirmado la centralidad del contexto social de la vida de los pueblos, la naturalidad de la cooperación social y de la acción social conjunta. Por oposición a la ideologia capitalista del egoismo y el narcisismo al servicio de si mismo, el socialismo ha afirmado siempre que el desarrollo personal y la satisfacción individual solamente podian ser sólo alcanzados mediante el tipo de relación intima, no competitiva, que sólo existe en el contexto de la vida cooperativa. En consecuencia, los programas socialistas para la reforma de las instituciones económicas y sociales han estado siempre orientados a la creación de un marco dentro del cual tal cooperación pudiera prosperar. La lección real de los levantamientos en el Este, sospecho que van a argumentar la mayoría de esos socialistas, es que, mientras que los enfoques soviéticos y chinos fracasaron en crearla, tal marco es aun un objetivo deseable y puede todavía proveer una perspectiva teórica para pensar el movimiento mas allá del capitalismo.

Contra estos argumentos, las mas sofisticadas criticas capitalistas pueden levantar el cargo que, aun cuando el concepto de socialismo puede ser separado de las experiencias soviética y china, en parte porque anticipa a ambas, sin embargo el concepto ha tenido siempre un sesgo totalitario. Ese lado ha derivado de la noción errada de que la acumulación de capital, el crecimiento económico y el desarrollo social pueden ser planeados mas eficientemente que lo que pueden ser regulados por el mercado. El planeamiento ha significado siempre que teñían que existir aquellos con el poder de planear y esa concentración de poder debe conducir y ha conducido siempre, al gobierno totalitario.

¿Es esto cierto? ¿Ha tenido siempre el socialismo este elemento? O, como los socialistas democráticos arguyen, ¿ha sido una perversión de la esencia del socialismo? Estas son cuestiones a las que podemos dar por lo menos una respuesta tentativa echando un vistazo a la historia del concepto. Lo que encontramos, me parece, es que mientras el concepto de socialismo ciertamente ha mutado repetidas veces en el tiempo, significando muchas cosas diferentes para muchos pueblos diferentes en tiempos diferentes, ha habido en realidad en toda su historia dos acepciones contradictorias en lucha mutua. La primera es en la que han hecho énfasis críticos capitalistas: una tradición que hace honor al planeamiento social y económico intencional sobre los ajustes automáticos de los mercados capitalistas. El segundo es aquel subrayado por los proponentes del socialismo: una tradición de creencia en que los seres humanos pueden efectivamente cooperar para determinar conjuntamente su futuro colectivo en formas muy superiores al posible bajo el régimen de la explotación capitalista y de los mercados que siempre han estado asociados con ella. Investiguemos la historia de estos dos significados como se han entretejido en la historia del concepto de socialismo.

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Sueños de Liberación y la Herencia Totalitaria

Por mucho tiempo la idea de socialismo fue un sueno. Fue un sueno que apareció por primera vez en Europa Occidental simultáneamente con el desarrollo del capitalismo y su revolución industrial. Era un sueno conjurado por aquellos oprimidos por la violencia y la explotación de la sociedad capitalista en su vida de trabajo diario o por aquellos escandalizados por la evidencia de la miseria y la injusticia en torno de ellos. Insatisfechos con la coexistencia de la riqueza escandalosa y la pobreza abyecta, asombrados por la destrucción de las comunidades tradicionales con todos sus lazos personales íntimos y su reemplazo por el individualismo y la guerra competitiva de todos contra todos, ofendidos por ciudades feas abigarradas de fabricas oscuras y viviendas malsanas, consternados por el desplazamiento de las habilidades artesanales debido a una mutiladora división del trabajo, muchos trabajadores sociales anhelaban un mundo mejor. Algunos pocos se contentaban con los viejos sueños de la Ciudad de Dios en la cual podrían encontrar paz luego de una difícil vida de fatiga. Pero otros se daban mana para inventar nuevos sueños de alternativas que aun no existían -utopias - pero que quizás podían ser construidas. Sonadores como Claude-Henri de Saint Simon, Charles Fourier, Robert Owen, Etienne Cabet, Wilhelm Weitling y sus seguidores diseñaron nuevas y, así lo creyeron, mejores estructuras sociales que las que estaban en
torno a ellos. Estos sueños no eran solamente imaginaciones fantásticas, ellos inspiraban al pueblo a actuar, a luchar por su realización. Lo que puede soñarse hoy, podría alcanzarse mañana y esos hombres y sus seguidores lucharon porque la transformación del mundo fuera en gran escala, mediante la reforma o la revolución, o en pequeña escala mediante la fundación de comunidades experimentales.

Tales luchas, basadas en los sueños de un mundo mejor, precedieron al capitalismo pero parecían florecer con su crecimiento. El escandalo por los excesos y la explotación basada en la propiedad de la tierra había ayudado a impulsar la Revolución Inglesa en los 1640 y la Revolución Francesa de 1789. Los Niveladores y los Excavadores en Inglaterra habían luchado por poner al mundo de cabeza. Los enragés y sans-culottes habían derribado el viejo orden y los radicales parisienses y seguidores de Babeuf en Francia se habían batido bajo la bandera de la égalité contra la contrarrevolución en los 1790. Estas revoluciones, no importa cuan decepcionantes sus resultados inmediatos, dejaron una herencia de imaginación social radical que se difundió y evolucionó, inspirando a los descontentos hacia la acción política en todo el siglo XIX. Durante la Revolución de Julio de 1830, las Revoluciones de 1848, el Movimiento Cartista de fines de las décadas de 1830 y 1840 mediante la formación de la Primera Internacional en la década de 1860 hasta la Comuna de Paris de 1870, hombres y mujeres lucharon y sangraron por la realización de sus sueños aun en medio de los cambios históricos masivos que consolidaron el poder del capitalismo en la mayor parte del mundo.

El término «socialisme» fue aparentemente usado por primera vez en 1832 por el francés Pierre Leroux, un discipulo de Saint-Simon, en su periódico La Globe. Fue también usado en los años 1830 por los seguidores de Robert Owen en Inglaterra. Apareció en medio del torbellino de las ideas revolucionarias y reformistas y en esa confusión su significado cambió y evolucionó con el desarrollo tanto del capitalismo como de la lucha por ir mas allá de él. Desde el comienzo, sin embargo, el concepto de socialismo compartía con el de comunismo el argumento que solamente con una transformación de las relaciones sociales fundamentales, podrían superarse los males de la pobreza y de la distribución desigual, jerárquica del poder y de la riqueza. Desde Saint-Simon y Owen en adelante, los socialistas condenaron los antagonismos destructivos y la anarquía del capitalismo competitivo de libre mercado. Aun cuando ellos aceptaban la tradición de la Ley Natural que subyace a las justificaciones filosóficas del capitalismo, rechazaban el razonamiento de hombres como Thomas Hobbes y Adam Smith que la búsqueda sin restricciones del interés propio individual era natural y conduciría a una aceptable armonía social. Su énfasis estaba mas bien en la naturalidad y las posibilidades inherentes a la cooperación humana y a la solidaridad en el nivel social. A pesar de la experiencia de la competencia capitalista, creían que el pueblo podía aprender a cooperar, a trabajar el uno para el otro en lugar de hacerlo uno contra otro, de concebir su interés propio mas ampliamente en términos de su comunidad en vez de hacerlo en forma estrecha y egoísta. Este es el lado de su pensamiento que los socialistas democráticos tienden a enfatizar.

No obstante, al mismo tiempo, aun en los conceptos de Saint-Simon y Owen, había otro lado de su socialismo, el lado que las criticas capitalistas señalan que albergan los gérmenes del totalitarismo. Owen, como se recuerda, era él mismo un capitalista, seguramente un capitalista con mente reformista, pero de todas maneras un capitalista. Ciertamente no era un demócrata. Su socialismo era desde arriba, en el que las masas oprimidas e irracionales necesitarían ser educadas en nuevos hábitos por una élite socialista. Toda la sociedad debería ser cuidada, pensaba, «como los médicos mas avanzados gobiernan y tratan a sus pacientes en los mejores hospitales para lunáticos». Y cuando él trató de alcanzar las clases de reformas - la reducción de las horas de trabajo, el mejoramiento de las condiciones de trabajo, mayor cooperación entre trabajadores y jefes - que sus seguidores llamarían socialismo, él se dirigió primero, y sobre todo, a otros capitalistas y a la aristocracia en un intento de convencerlos de que tales reformas, si fueran implementadas por el Estado, harían a la industria británica mucho mas productiva y lucrativa que nunca antes. Eventualmente descorazonado por su fracaso de convencer a sus pares de la sabiduría de sus ideas, Owen volvió sus esfuerzos a la organización de sindicatos y cooperativas y, eventualmente, a los experimentos de comunidades utópicas. Sin embargo, aun estas actividades estaban moldeadas por su creencia que las reformas podrían ser logradas mediante el uso del poder estatal existente y el desarrollo del sindicalismo británico fue fuertemente influenciado por esta creencia.

El concepto de socialismo de Saint-Simon, aun mas que el de Owen, tenía un sesgo elitista hacia el planeamiento centralizado, de arriba abajo. El Conde Claude-Henri de Saint-Simon era un noble que había sobrevivido a la Revolución. Su deseo de liberar a la gente de la pobreza y de la crisis causada por lo que él veía como la anarquía de los mercados capitalistas lo condujo a demandar la regulación estatal centralizada de la producción y de la distribución. Sin fe de ninguna clase en la sabiduría y las habilidades de los trabajadores comunes proponía que los banqueros y expertos económicos controlaran la asignación de las inversiones y la óptima distribución del producto, según las necesidades de la gente. No siendo un Nivelador, Saint Simon mantendría una clase de jerarquía meritocrática como la manera de organizar su sociedad. No es sorprendente, como el caso de Owen, que él también se dirigiera a la ya existente élite de poder de políticos, banqueros y empresarios industriales con sus ideas. Tanto sus planes para el socialismo como su política personal habrían de conducir a algunos comentaristas posteriores a ver en él a un antecesor de la tecnocracia del siglo XX.

Debemos hacer notar, en este punto, que las inclinaciones elitistas de estos dos fundadores del socialismo no eran totalmente inconsistentes con la aun mas radical tradición comunista de su tiempo. La herencia insurreccional de los jacobinos de la Revolución Francesa que estaba preservada en las políticas de Babeuf, Buonarroti y Blanqui tenía las mismas tendencias contradictorias entre una preocupación humanitaria con la eliminación de la pobreza y de los privilegios de la propiedad y una creencia en la necesidad de un gobierno altamente centralizado y estrechamente controlado de su sociedad comunista alternativa. Su igualitarismo radical demandaba la igualdad en la distribución tanto de la propiedad como del goce de la riqueza material. Babeuf recurrió a las tradiciones utópicas de la Ilustración para demandar que se compartieran los bienes (principalmente las herramientas y la tierra) mientras que Buonarroti y Blanqui mantuvieron esta tradición hasta bien entrado el periodo de la Revolución Industrial Capitalista de modo que su comunismo llegó a significar el desposeimiento no sólo de los ricos de la tierra sino también de la nueva burguesía industrial. Al mismo tiempo, a pesar de su igualitarismo radical, su aproximación a la actividad revolucionaria y al gobierno de la sociedad posrevolucionaria, de ser exitosa, era muy explícitamente elitista. Su herencia jacobina era, ante todo, una política de la toma del poder. Con mucho que hayan luchado por los pobres, los oprimidos y después por la clase trabajadora, sus medios eran la organización conspiratoria secreta de un grupo relativamente pequeño de revolucionarios.

Esta herencia revolucionaria fue abrazada por Karl Marx y Friedrich Engels y sus seguidores, en su demanda para derrocar al capitalismo. Su comprensión de las posibilidades del socialismo, basada en un análisis de las fuerzas de clase antagonistas del capitalismo vino algunos años después de sus primeros predecesores socialistas y fue desarrollada dentro del contexto de un desarrollo capitalista mas maduro. Por lo menos desde el tiempo del Manifiesto Comunista, ellos rechazaban principalmente el enfoque reformista para ir mas allá del capitalismo, sea mediante cambios legales o mediante experimentos utópicos. Para Marx y Engels tales cambios de ser logrados de esta manera como las Factory Acts en Inglaterra, o posteriormente, mediante la representación en el Parlamento - podían constituir pasos importantes en el desarrollo de la organización de la clase trabajadora pero no podrían producir la transformación completa del sistema.

Como sus predecesores socialistas, sin embargo, Marx y Engels elaboraron una visión del socialismo, que aunque parcial - porque rechazaban la especulación utópica - contenía la mayor parte de las preocupaciones socialistas iniciales con las posibilidades de crear una sociedad mas igualitaria y justa. Su análisis de la explotación y la alienación en el capitalismo los condujo a creer en que el derrocamiento del capitalismo por la clase trabajadora no conduciría solamente al control de la producción y la distribución por los trabajadores, sino a superar todos los aspectos de la alienación inherentes al uso capitalista del trabajo como su mecanismo fundamental de control social. Cómo podría hacerse esto exactamente, no lo sabían. Marx estudió la experiencia sumamente breve de la Comuna de París para tener una visión de lo que el proletariado haría realmente cuando tomara el poder. El celebraba especial y repetidamente sus propuestas hacia la abolición del Estado y hacia la democracia real - sufragio universal con representantes revocables expeditivamente. También, cuando fue llevado a un debate en Rusia sobre la pertinencia de su análisis a la lucha de clases en ese país, estudió la comunidad campesina rusa y la consideró como posible punto de partida para la construcción del socialismo.

Una vez que los trabajadores estuvieran al mando de los medios de producción, Marx evidentemente creía que ellos podían transformarlos de manera que los productos fueran una vez mas una expresión del deseo de los trabajadores, de modo que el proceso de trabajo mismo pudiera llegar a ser una actividad interesante, de autorealización (entendida tanto individual como colectivamente), de modo que los conflictos entre los trabajadores, que han sido la base de la capacidad de los capitalistas para controlarlos, serían reemplazados por un florecimiento real de la cooperación autoorganizada. Al mismo tiempo, su comprensión tanto de la función del trabajo impuesto en el capitalismo como de la larga historia de las luchas de los trabajadores por reducirlo, lo llevó a creer que en la sociedad poscapitalista, el tiempo libre como base para el «desarrollo pleno de la individualidad» reemplazaría al trabajo como fuente de valor en la sociedad. Así, la sociedad poscapitalista seria mejor caracterizada, por lo menos parcialmente, por la apertura característica del «tiempo disponible», una esfera en expansión de libertad que permitiría un desarrollo multifacético del individuo y de la sociedad. Algunas de estas ideas han continuado siendo altamente
influyentes en el pensamiento socialista subsiguiente y constituyen mucho del atractivo continuado del marxismo para los socialistas democráticos.

Al mismo tiempo debe decirse que el conflicto en el pensamiento socialista entre el deseo de promover una nueva clase de cooperación social y la tendencia a recurrir a métodos elitistas no desapareció con el desarrollo del marxismo, sino sólo adquirió una mayor ambigüedad. Por una parte, como la discusión precedente sugiere, Marx estaba muy convencido de las posibilidades de una sociedad libre, sin clases y sin Estado. Por otra parte, su propia practica política y en alguna medida su teoría, argumentaban en formas suficientemente ambiguas como para permitir que sus continuadores derivaran justificaciones para una concepción elitista del socialismo como una transición prolongada al comunismo sin clases.

Mas importantes aquí son dos elementos de su trabajo y su pensamiento: el concepto de dictadura del proletariado implantado por un partido comunista revolucionario y la idea de que el objeto central de tal dictadura seria el reemplazo de la anarquía del mercado capitalista por el planeamiento centralizado de la vida social y económica. Ciertamente, Marx no era elitista en el sentido de socialistas como Saint-Simon u Owen, quienes estaban dispuestos a recurrir al estado capitalista para la realización de sus esperanzas. Ademas es claro que su uso recurrente del término 'partido comunista' debe ser entendido no en los términos de las conspiraciones secretas del siglo XIX o en los términos contemporáneos sea de la organización leninista de revolucionarios profesionales, sea la política electoral de los social demócratas, sino mas bien en el sentido mas general (y mas ambiguo) de aquellos que representan los mas fundamentales intereses de la clase trabajadora. Este sentido es el que guió a Marx en su trabajo dentro del movimiento obrero, primero en la Liga Comunista y luego en la Asociación Internacional de Trabajadores (Primera Internacional). Mientras Marx nunca enunció el detalle de lo que sentía él que seria la función del partido de la clase trabajadora (o comunista) después del derrocamiento del capitalismo, claramente sentía que debía jugar un papel directivo en la lucha que tendría que conducir a tal victoria.

Marx demandaba una mayor centralización no solamente en las organizaciones de la clase obrera sino también en los resultados de los levantamientos revolucionarios. Previniendo contra los esfuerzos burgueses por dispersar y debilitar, Marx convocaba a los obreros a luchar «por la más determinada centralización del poder en manos de la autoridad del Estado». Este fue uno de los puntos centrales de la controversia entre él y los anarquistas en la Primera Internacional. Mientras estos últimos sentían que la abolición inmediata del Estado era el camino mas corto para terminar con la explotación y el dominio de clase y renunciaban al llamado por «la toma del poder» de la clase obrera, que ellos argumentaban meramente reforzarían al Estado, Marx argumentaba en primer lugar que el Estado capitalista era una manifestación del poder de la clase capitalista y que sin eliminar este poder la abolición del Estado seria de corta vida, y en segundo lugar que después de derribar al gobierno capitalista los trabajadores necesitarían algún medio para prevenir una contrarrevolución (como la que había ocurrido en la Revolución de 1848 y en la Comuna de Paris) y para lograr la transformación de la sociedad según las lineas comunistas.

En su Critica del Programa de Gotha Marx renueva su insistencia en la necesidad del Estado de los trabajadores -la dictadura del proletariado- aunque en ninguno de esos documentos hay un intento de expresar concretamente lo que ese Estado implicaría o de tratar la objeción levantada repetidamente por los anarquistas de que cualquier Estado obrero recrearía una tiranía. El punto mas próximo al que Marx llegaría en la respuesta a esa objeción fue en su análisis de la Comuna de Paris donde él hacía énfasis en cómo la capacidad de los trabajadores para revocar a sus representantes e impedir cualquier concentración de poder militar que pudiera ser usado contra los trabajadores, eran en si mismas instancias de la abolición del Estado. La ambigüedad de los escritos de Marx reside en la vaguedad de sus mas abstractas discusiones de estos asuntos del poder revolucionario, una vaguedad casi inevitable en un discurso que rehusaba tanto la especulación utópica como la prescripción a priori. Casi inevitablemente la ambigüedad dejaba su pensamiento abierto al mas vasto rango posible de interpretación - al cual estuvo sujeto aun antes de su muerte.

Los primeros grandes debates sobre «lo que Marx realmente quería decir», sobre la estrategia «marxista» apropiada para el logro del socialismo, tuvieron lugar en el contexto de la Segunda Internacional (1889- 1914) que era un renovado intento de organizar el movimiento socialista internacional. Fue un intento conducido y dominado por el Partido Social Demócrata Alemán que, mientras buscaba poder a través del proceso electoral, también intentaba detener una guerra europea mayor. Los debates dentro del movimiento socialista de ese periodo son muchos y tocan muchos temas que van mas allá de mis preocupaciones inmediatas. Sin embargo, en términos de la contradicción en el socialismo, que he estado delineando, es fácil identificar las cuestiones mas sobresalientes.

Lo que hacia posible hablar de movimiento socialista en ese momento era la visión comun de una sociedad poscapitalista mas justa, Democrática e igualitaria. Entre los socialistas, el debate central era sobre la mejor manera de derrocar al capitalismo. Dominante entre los social-demócratas de ese tiempo se encontraba la opinión que la política electoral y la reforma social gradual eran la mejor, quizá la única vía mas allá del capitalismo. Tal argumento fue propuesto por Edward Bernstein quien comprendió que la creciente capacidad del capitalismo para regular y adaptarse reducía dramáticamente la posibilidad de que una crisis catastrófica ocurriera para dar la ocasión a una revolución de la clase trabajadora. Contra este razonamiento, otros marxistas como Rosa Luxemburg argumentaban que en primer lugar los capitalistas no podrían eliminar la crisis del sistema, y en segundo lugar, la continuación del rol del Partido Socialista debía ser el de preparar a los trabajadores para una revolución y de estar listos para dirigirlos cuando llegara el momento. Con el colapso de la Segunda Internacional en 1914, cuando los social demócratas votaron a favor de los créditos de guerra para financiar la economia bélica alemana, estos debates devinieron aun mas acrimoniosos. Los radicales alemanes en torno a Luxemburg y la Liga Espartaco fueron reforzados en su ataque contra los social demócratas por Lenin y los bolcheviques en Rusia. Debemos hacer notar que en ningún lado de este debate hubo un llamado al Partido Socialista para abdicar su rol conductor en la lucha política: el debate era solamente sobre cómo debía conducir, no si debía o no hacerlo.

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La Entronización del Leviatan

Durante este periodo completo, sin embargo, todos estos debates sobre cómo podía abolirse el capitalismo y lo que podría ser el socialismo, fueron proyecciones grandemente especulativas. Con la Revolución de Octubre y la toma del poder por los bolcheviques en 1919, sin embargo, todo eso cambió. Bruscamente, de la noche a la mañana pareció a la mayoría que una sociedad socialista estaba siendo construida en Rusia - no como un pequeño y aislado experimento como la Comuna de Paris o como las dispersas comunidades internacionales de los utopistas, sino en una gigantesca escala, tan enorme como el destronado Imperio Zarista. Súbitamente el socialismo emergió del mundo de los sueños y la especulación - no importa cuan arraigado en el movimiento obrero - a la concreción. La creación espontanea, hecha por los trabajadores y campesinos rusos de los soviets y comités de fabricas parecían anunciar un autogobierno popular que tantos socialistas habían anticipado por tanto tiempo. Todos los socialistas del mundo, y hasta los anarquistas, saludaron a la Revolución como la realización de sus sueños.

Inmediatamente después de la toma del poder en Octubre, sin embargo, el liderazgo bolchevique se movió con velocidad deslumbrante para consolidar todo el poder en las manos del Partido. Paso a paso despojaron tanto a los soviets como a los comités de fabrica de su autonomía y reunieron las riendas del control en sus propias manos. No es que no hubiera oposición, hubo una resistencia real entre los obreros y campesinos rusos, aun entre los bolcheviques; pero ellos resultaron victoriosos. Mientras el significado de «dictadura del proletariado» pudo haber sido ambiguo en Marx, no hubo ninguna ambigüedad para los bolcheviques. Si no fueron suficientes la extensa dislocación y las penurias dejadas por la Primera Guerra Mundial, el ataque a la Revolución por el ejército blanco apoyado por las potencias occidentales proporcionó a Lenin y a los otros dirigentes bolcheviques toda la excusa que necesitaban para racionalizar la necesidad de un control centralizado - tanto militar como económico - un control que no relajarían cuando el ataque fue derrotado. Como resultado, los anarquistas, los comunistas radicales y los social demócratas en Europa Occidental desafiaron la legitimidad del poder y las políticas de los bolcheviques. Los anarquistas y comunistas radicales como Rosa Luxemburg y aquellos que serian conocidos como los comunistas de los consejos, vieron en el desmantelamiento de los comités de fabrica y de los soviets la consolidación de un Estado bolchevique, una reconcentración de poder antitético con su concepción del poder popular. Los social demócratas también criticaron la concentración del poder bolchevique, lamentaron la destrucción de la democracia y, en su mayor parte, reafirmaron sus políticas reformistas contra lo que ellos consideraron la subversión de la Revolución Rusa.

Mientras, durante el periodo del «comunismo de guerra» (civil), muchos socialistas estaban dispuestos a dar a los bolcheviques el beneficio de la duda, el fin de esa guerra produjo nuevas criticas, esta vez no sólo contra la centralización del poder sino también sobre los propósitos por los cuales ese poder estaba siendo esgrimido. Poco a poco se hizo evidente, por lo menos para algunos marxistas occidentales, que la nacionalización de la industria, la imposición de una estricta disciplina en el trabajo, la colectivización del campesinado y finalmente la brutalidad del trabajo forzado en el Gulag, todo lo cual había sido llevado a cabo en nombre del pueblo, no eran solamente medios infortunados y temporales para un fin, sino que habían llegado a constituir características permanentes del socialismo de estilo soviético. La desviación deliberada de los frutos de la productividad creciente, tanto del consumo como del menor trabajo, hacia la inversión y mayor trabajo, había devenido en un proceso sin fin. Bajo tales circunstancias se hizo crecientemente difícil tomar seriamente los reclamos soviéticos de ser un «Estado obrero». Ciertamente, se hicieron ciertas concesiones a los trabajadores y campesinos en Rusia. Se les garantizó empleo y salario. Se les suministró educación y cuidado de salud sin costo. Pero, con el tiempo, por lo menos algunos socialistas comenzaron a ver estas concesiones como no del todo diferentes de lo que los trabajadores habían conquistado en Occidente. Y luego de un examen mas minucioso algunos socialistas aun concluyeron que las comparaciones detalladas de las economías soviética y occidental revelaban lo que era de hecho una semejanza impresionante.

Bajo el barniz de la retórica socialista subyacía apenas un método diferente de organizar la acumulación del capital. Algunos, como C. L. R. James y Raya Dunayevskaya, llegaron incluso a concluir que los bolcheviques primero bajo Lenin y luego bajo Stalin habían creado una forma de «capitalismo de Estado» y de ninguna manera un socialismo. Otros, como Max Horkheimer y Cornelius Castoriadis, rehusarían esa caracterización, prefiriendo «Estado autoritario» o «colectivismo burocrático» o «socialismo de Estado». Excepto para aquellos muy comprometidos con la linea de Moscú, una gran cantidad de marxistas habían llegado a ver al socialismo de estilo soviético como una nueva especie de sociedad de clases, conteniendo severos antagonismos de clase que si bien no eran exactamente los mismos del capitalismo, eran por lo menos semejantes y por lo tanto remoto de cualquier clase de socialismo con el cual pudieran identificarse. La extensión forzada de este modelo de socialismo soviético a toda la Europa Oriental después de la Segunda Guerra Mundial, las revelaciones de los crímenes estalinistas por Jruchov en 1953 y luego la violenta supresión de los levantamientos populares en Alemania en 1953, Hungría en 1956 y luego en Checoslovaquia en 1968, reforzaron el escepticismo de los críticos sobre el carácter socialista del modelo soviético, aun antes de las actuales series de dramáticas revueltas populares.

Todo esto reforzó la tendencia ya dominante entre muchos socialistas del Tercer Mundo de adaptar las ideas socialistas mas que adoptar incondicionalmente el modelo soviético en cualquiera de sus permutaciones: antes, durante o después de Stalin. Es bien conocido cómo Mao reelaboró tanto la estrategia revolucionaria como la construcción del socialismo en una sociedad predominantemente campesina; cómo Nehru abrazó la visión socialista y hasta el planeamiento estatal pero no la supresión de la propiedad privada; cómo Senghor elaboró su teoría de las raices indígenas del socialismo africano; cómo Nyerere desarrolló Ujamaa que buscaba fundamentar el socialismo en la familia y la aldea africanas, y así sucesivamente. En parte estas adaptaciones fueron el resultado de intentar tener en cuenta las condiciones locales y la historia especificas. En parte, fueron el resultado de evaluaciones criticas de la experiencia soviética. Todos han contribuido a la mutación continua del sentido y del contenido del socialismo.

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La Subordinación de la Diversidad

¿Cuales son las implicancias, a la luz de esta historia, de los levantamientos masivos en Europa Oriental, la Unión Soviética y China, para el concepto de socialismo? Para aquellos que aun quisieran recuperar el concepto de las confusas ruinas de su historia, la respuesta es probablemente que vale la pena preservar aquellos significados del socialismo que hemos identificado asociados con alternativas atractivas y democráticas al capitalismo, mientras que deberían rechazarse aquellos significados que han estado asociados al elitismo y luego al autoritarismo. Este es ciertamente el proyecto de los socialistas democráticos y esta indicado por el adjetivo «democrático» que ahora esta siendo resaltado mas que nunca para distinguirlo del socialismo autoritario o totalitario - sea como fue imaginado en el pasado o practicado en el presente. Debo admitir cierta simpatía con este intento de conservar un término que ha estado asociado con las mejores aspiraciones y sacrificios de tanta gente. Por otra parte, también me inquieta. No solamente el mismo término «socialismo» ha llegado a ser oprobioso para millones que se han rebelado contra él, sino también como resultado de una larga historia de represión política y explotación económica en régimenes que se han autotitulado socialistas, es realmente difícil ver cómo el termino puede ser ahora aceptado como si designara solamente lo mejor de los ideales y practicas que han estado asociados con él.

Mas allá de este problema, sin embargo, tengo aun otra dificultad con la demanda continuada de «socialismo» como una alternativa al orden existente. No con este o aquel uso, sino con cualquier uso. A lo largo de su historia, aun cuando liberamos al concepto de sus variantes inmediatamente autoritarias, el concepto de socialismo ha sido diseñado para discutir el reemplazo del orden social capitalista por la construcción de un orden social alternativo. El socialismo, se ha dicho siempre, reemplazara al capitalismo. No solamente en términos de ideología sino de sistemas sociales. Aun el examen mas superficial de la historia de la imaginación socialista muestra un repetido intento de designar un nuevo orden social ya para reemplazar al presente (como es el caso de los utópicos como Saint-Simon, Owen, Cabet o Fourier), ya para descubrir qué orden social mas probablemente reemplazara al actual como resultado de la operación de fuerzas históricas (los marxistas). Donde los socialistas han logrado realmente el poder para construir una nueva sociedad «socialista», ellos han sido efectivamente consistentes con esta tradición y han buscado diseñar e imponer un orden social unificado. Los debates sobre la naturaleza de la Unión Soviética, o aquellos sobre las experiencias china, cubana, o tanzaní por ejemplo, son siempre sobre si el modelo particular es el mejor que podría ser diseñado o, por lo menos, el mejor bajo las circunstancias históricas y condiciones materiales existentes.

Esta idea de construir sistemas alternativos, que esta presente en todo concepto de socialismo y en todo esfuerzo por construir en la realidad una sociedad socialista, me parece reproducir una de las mas fundamentales características del tipo de sociedad que ha tratado de reemplazar. Esa característica es la esencia de lo que se ha querido siempre decir con dominación: la subordinación de la diversidad social a una medida normalizada. Tal subordinación fue lo que el capitalismo siempre buscó hacer a las diversas y variadas sociedades del mundo en las que emergió o sobre las que trató de ganar control. Con el capitalismo tal subordinación ha significado de hecho la liquidación de muchas sociedades y grupos culturales y la destrucción parcial de todas las restantes. Fue en parte precisamente contra tal destrucción que los primeros socialistas levantaron sus voces. Saint-Simon, por ejemplo, compartía con los románticos un sentido de tragedia e indignación sobre la destrucción de las comunidades tradicionales y su tejido de relaciones humanas intimas. Al mismo tiempo, él y muchos otros socialistas condenaron la reducción capitalista de las relaciones humanas a intercambios puramente comerciales, monetarios y a la explotación de unos por otros que se aprovechaban de su trabajo. A diferencia de los reaccionarios, naturalmente, ellos querían ir hacia adelante, no hacia atrás, a una perdida edad de oro, pero cuando diseñaron sus alternativas su imaginación estaba muy limitada por su experiencia en el capitalismo como para permitirles ver mas allá de la sustitución de una hegemonía social por otra. En realidad, cuando vemos de cerca los mecanismos que diseñaron para regular sus sistemas sociales alternativos, encontramos que en sus intentos por corregir las injusticias del capitalismo, permanecieron atrapados en la practica capitalista de medirlo todo en términos de fuerza de trabajo y dinero - en breve, en aquel reduccionismo social tan característico del capitalismo.

Marx también reconoció cómo el capitalismo destruyó todos los antiguos vínculos sociales y los sustituyó por relaciones universales de intercambio. Su análisis lo llevó detrás del fetichismo del intercambio y fue capaz de mostrar en teoría lo que todo trabajador vivencia diariamente: que toda forma de alienación en el capitalismo se deriva de la imposición universal e interminable del trabajo y de la extracción del plusvalor. Su teoría del valor-trabajo expresaba perfectamente la naturaleza del reduccionismo capitalista, su tendencia a convertir toda actividad social justamente en una forma mas del trabajo (desgajada, como diría Polanyi, del tejido de su significado social) comparable con cualquier otra clase de trabajo y, en esa abstracción social, la medida ultima de todo aspecto de la sociedad. Contrariamente a otros socialistas, sin embargo, tanto los que vinieron antes que él y los que vinieron después de él, los esfuerzos de Marx por ver mas allá del capitalismo llevando la lógica del desarrollo capitalista, es decir, la lógica del antagonismo de clases, hasta sus últimas consecuencias lo llevó, como se ha mencionado antes, a la intuición que el fin del capitalismo significaría el fin del valor-trabajo y la emergencia del socialismo involucraría la emergencia de un nuevo sistema de valores, abierto, basado en el tiempo libre o «disponible». En consecuencia él rechazaba todos los planes utópicos - tales como los de Proudhon o Bray y Gray, los seguidores de Owen de sustituir las cuentas de trabajo por dinero en efectivo, e imaginó a cambio la abolición socialista de todo tipo de dinero conjuntamente con una dramática reducción en la cantidad de trabajo y la sustitución de la distribución directa de la riqueza colectivamente producida entre los productores.

Tales ideas, sin embargo, se perdieron en su mayor parte en la historia del socialismo posmarxiano a medida que el deseo de crear un nuevo sistema condujo a muchos, desde los socialistas ricardianos británicos hasta los bolcheviques rusos, no solamente a mantener el trabajo como la norma de valor sino también a reproducir la practica capitalista de convertir el mecanismo de dominación mismo en una virtud religiosa. En efecto, en los socialismos de estilo soviético y chino, el culto del trabajo reemplazó toda otra practica religiosa y la ética calvinista del trabajo que Marx, Weber y Tawney habían identificado tanto con el capitalismo fue reemplazada por una ética secular del trabajo socialista que legitimó la subordinación incesante de las vidas de la gente a trabajar bajo el socialismo de la misma forma que lo habían hecho bajo el capitalismo.

En breve, al igual que el capitalismo, por medio del desarraigo del trabajo de todo tejido social en el cual se encontraba, utilizó un proceso de trabajo crecientemente homogeneizado y abstracto como su medio fundamental para ordenar su sociedad (y bajo esta luz, los mercados y la competencia deben ser vistos meramente como las formas mediante las cuales esto se efectuó) así también los socialistas del siglo XX en la Unión Soviética y luego en Europa Oriental y en China, emplearon los mismos métodos. Ademas, el efecto tendencial sobre el arreglo diverso de las practicas sociales y culturales de cientos de millones de personas en Europa Oriental, la Unión Soviética y China fue el mismo que el del capitalismo en otros lugares: una escisión diseñada para purgar aquellas practicas de todas las actividades y significados antitéticos al único objetivo del desarrollo socialista - la acumulación de capital mediante el trabajo incesante.

Sin duda es verdad que los socialistas en cada país autoproclamado socialista han fingido estar de acuerdo con la llamada «cuestión nacional» de las diversas nacionalidades étnicas dentro de sus fronteras. Se han creído politicamente en la obligación de permitir a tales nacionalidades preservar y reproducir aquellos aspectos de sus culturas que no han sido considerados obstáculos para el desarrollo socialista. Pero en realidad muchos aspectos -incluyendo el idioma, las practicas religiosas y las festividades- han sido consideradas incompatibles con el desarrollo socialista y han sido proscritas. (Es un cuestión totalmente diferente -aunque una cuestión valida- que las autoridades socialistas de aquellos paises hayan realmente utilizado las diferencias étnicas para controlar a sus propios pueblos).

La cuestión es ésta: es difícil ver como tal resultado es evitable dado el concepto básico de socialismo como un sistema social unificado y homogéneo. La apertura a la diversidad social, cultural y étnica que estaba por lo menos implícita en la noción de Marx de la trascendencia del valor-trabajo por un tiempo libre indeterminado, ha sido ignorada y contradicha por la concepción misma de un proyecto socialista especifico, así como por los intentos reales de implementarlo. Sólo recientemente unos cuantos marxistas como Antonio Negri o Felix Guattari, han tratado de recuperar y explorar las posibilidades de multilateralidad real en la sociedad poscapitalista. En el lenguaje de la teoría posmoderna popular actualmente (que en su propia forma también celebra la diversidad), la narración maestra de Marx sobre el capitalismo (su teoría del capital) era adecuada al propio intento del capitalismo de imponer su narración maestra al mundo. Pero mientras que su negativa al diseño utópico indicaba un rechazo a imponer una nueva narración maestra al futuro poscapitalista, su persistencia en hablar del socialismo (o del comunismo) sin tratar específicamente la cuestión de la diversidad social dejó una debilidad fundamental en la herencia que legaba, una debilidad que, para mayor infortunio, apenas ha comenzado a ser remediada por sus sucesores, sea en la teoría o en la practica.

De todo esto concluyo que el uso continuado del término «socialismo» o la búsqueda de cualquier variedad de «desarrollo socialista» porta una carga histórica ineludible de concepción errónea y de error. No solamente la historia del socialismo realmente existente fracasó en proveer una alternativa real al desarrollo capitalista - el desarrollo socialista ha mostrado no ser mas que una forma modificada del desarrollo capitalista que ha conservado los aspectos esenciales y peores de él - sino que la historia del pensamiento socialista esta atravesada de problemas conceptuales fundamentales. Ciertamente creo que es valioso desenredar aquellos elementos e intuiciones del pensamiento socialista pasado (incluyendo el pensamiento utópico) que parezca valioso conservar, de los elementos mas objetables con los que han estado entretejidos - no solamente para preservar la memoria y las ideas de aquellos que han luchado y se han sacrificado tanto por mejorar el mundo, sino también por la persistente popularidad que muchas de aquellas ideas que expresan las reales esperanzas y los deseos de mucha gente. Por otra parte, me parece que podemos evitar una gran parte de la dificultad conceptual y comunicativa dejando de utilizar los términos «socialismo» y «desarrollo socialista» como abreviaturas de lo que queremos. Mejor dejamos estos términos de lado e intentamos concebir, y luego quizás enunciar, sin jerga ni lemas publicitarios cargados históricamente, exactamente a qué características de un mundo poscapitalista queremos aspirar, incluyendo la necesidad imperiosa de reconocer las virtudes de un mundo que estimula diversos proyectos sociales y una rica multiplicidad de desarrollos culturales por sus pueblos. Esto, me parece, seria posiblemente el método mas útil de proceder tanto para aquellos que están actualmente en oposición al socialismo de estilo soviético, como para aquellos de nosotros que estamos luchando contra el capitalismo occidental.

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Bibliografía

Tan mutable ha sido el significado del concepto de socialismo entre sus defensores, tan sesgados han sido sus opositores, y tan insatisfactorios han sido los muchos comentarios sobre la historia del concepto y del movimiento socialista, que realmente no hay sustituto a la lectura de los escritos de sus proponentes en el original ni al examen de sus practicas reales tan cercanamente como sea posible.

Como comienzo al estudio del socialismo del siglo XIX, las mas importantes obras de los socialistas utópicos incluyen a Henri Saint-Simon: una útil colección de traducciones inglesas de sus escritos ha sido reunida por Keith Taylor (ed.) Henri Saint-Simon (1760-1825): Selected Writings (Henri Saint-Simon (1760-1825): Escritos Escogidos), Londres: Croom Helm, 1975; Robert Owen: es fundamental su A New View of Society or Essays on the Formation of the Human Character (Una Nueva Visión de la Sociedad o Ensayos sobre la Formación del Carácter del Hombre)(1816) reeditado por Augustus M. Kelley en 1972; y Charles Fourier: una colección útil es The Utopian Vision of Charles Fourier: Selected Texts on Work, Love and Passionate Attraction (La Visión Utópica de Charles Fourier: Textos Escogidos sobre Trabajo, Amor y Atracción Pasional), Boston: 1971.

Lo mejor de Marx y Engels, quienes iniciaron un enfoque muy diferente al tema de ir mas allá del capitalismo, puede encontrarse en el ensayo sobre trabajo no alienado en el comunismo, K. Marx, «Economic and Philosophic Manuscripts of 1844» (Manuscritos Económicos y Filosóficos), Karl Marx and Friedrich Engels: Collected Works (MECW) (Karl Marx y Friedich Engels: Obras Reunidas), Vol. 3, pp. 272-81; sobre la visión del fin del valor-trabajo y de la apertura de la sociedad poscapitalista: «Outlines of a Critique of Political Economy (Grundrisse)» (Bosquejo de una Critica de la Economia Política (Grundrisse)», (1857-58), MECW, Vol. 29, pp. 80-99; las reflexiones criticas de Marx sobre las limitaciones de los esfuerzos revolucionarios en 1848 y 1870: «Class Struggles in France» (1850), (La Lucha de Clases en Francia), MECW,Vol. 10.pp. 118-31;«Address of the Central Authority of the League» (1850), (Discurso de la Autoridad Central de la Liga) MECW, Vol . 10, pp.277-87; «Civil War in France», (1871) (La Guerra Civil en Francia) MECW, Vol . 22, pp. 307-59; y finalmente para la visión abierta de Marx sobre las posibilidades inherentes a la comunidad campesina en Rusia, «Letter to Vera Zasulich» (1881) (Carta a Vera Zasulich) MECW, Vol. 24, pp.346-71 y las diversas interpretaciones en T. Shanin (ed.) Late Marx and the Russian Road (El Marx Tardío y la Vía Rusa), Nueva York: Monthly Review Press, 1983. Una discusión muy útil sobre la evolución del significado del inquietante término «dictadura» en el siglo XIX, especialmente entre reformistas y revolucionarios socialistas, puede encontrarse en Hal Draper, Karl Marx's Theor,v of Revolution, Volume 111: The «Dictatorship of the Proletariat» (La Teoría de la Revolución de Karl Marx, Volumen III: 'La Dictadura del Proletariado'), Nueva York: Montly Review Press, 1986.

Como comienzo del estudio sobre el debate del socialismo en el siglo XX, difícilmente pueden ignorarse los argumentos de la Segunda Internacional, en parte porque ellos son aun repetidos. El texto revisionista clave es el de Edward Bernstein, Evolutionar,v Socialism: A Criticism and Affirmation (Socialismo Evolucionario: Una Critica y Afirmación) (con dos capítulos críticos faltantes, véase Draper antes mencionado, pp. 337-43), Nueva York: B. W. Huebsch, 1909, que a su vez es criticado por Rosa Luxemburg en su Reform or Revolution? (¿Reforma o Revolución ?) (1898-99), Nueva York: Pathfinder, 1974. Los debates subsecuentes en torno a la Revolución Rusa serian también formativos para todo lo que ha seguido. La figura central, naturalmente, fue la de Lenin y las siguientes piezas contienen su visión del socialismo con todo su brillo y sus limitaciones: (todo esta tomado de V. 1. Lenin Collected Works), «The State and Revolution» (El Estado y la Revolución), (1917), Vol. 25: «Can the Bolsheviks Retain State Power?» (¿Pueden los Bolcheviques Retener el Poder Estatal) (1917) Vol. 26: «How to Organize Competition» (Como Organizar la Competencia), (1917) Vol. 26; «The Immediate Tasks of the Soviet Government» (Las Tareas Inmediatas del Gobierno Soviético) (1918) Vol. 27. Ni la visión de Lenin ni sus métodos dejaron de ser recusados y las mejores de estas criticas desde la izquierda fueron: Rosa Luxemburg The Russian Revolution (La Revolución Rusa) (1918) y Leninism or Marxism? (¿Leninismo o Marxismo?) (1904) Ann Arbor: University of Michigan Press, 1961; Karl Kautsky, The Dictatorship of the Proletariat (La Dictadura del Proletariado) (1918) Ann Arbor: University of Michigan Press, 1964, y Terrorism and Communism (Terrorismo y Comunismo), Londres: National Labour Press, 1920; y los Consejos Comunistas, de los que una colección útil en inglés es D. A. Smart (ed.) Pannekoek y Corter's Marxism (El Marxismo de Pannekoek y Gorter), Londres: Pluto Press, 1978, pp. 98-148; Paul Mattick, Anti-Bolshevik Marxism (Marxismo Anti-Bolchevique), White Plains: M.E. Sharpe, 1978; y el material contenido en Douglas Kellner (ed.) Karl Korsch: Revolutionary Theory (Karl Korsch:

Teoría Revolucionaria), Austin: University of Texas Press, 1977. Entre los muchos volúmenes de la obra posterior de León Trotsky que muestra cómo se adhería y perpetuaba la visión bolchevique del socialismo, véase: The Revolution Petrayed: What is the Soviet Union and Where is it Going ? (La Revolución Traicionada: ¿Qué es la Unión Soviética y Adónde Va?) (1936) Nueva York: Pathfinder, 1972.

El combate entre los esfuerzos soviéticos por establecer una visión ortodoxa hegemónica del socialismo y las alternativas social demócratas continuó luego de la Segunda Guerra Mundial tanto en el Norte como en el resto del mundo. En Europa Occidental y en los Estados Unidos emergieron criticas marxistas al socialismo de estilo soviético, de las cuales las mas interesantes son: C. L. R. James y Raya Dunayevskaya, State Capitalism and World Revolution (Capitalismo de Estado y Revolución Mundial) (1949) Nueva York: Charles H. Kerr, 1986; Parte V de Dunayevskaya, Marxism and Freedom (Marxismo y Libertad) (1958) Nueva York: Columbia University Press, 1988; Cornelius Castoriadis, «The Relations of Production in Russia» (Las Relaciones de Producción en Rusia), «On the Content of Socialism, l» (Sobre el Contenido del Socialismo, ), en Vol. 1 y « The Proletarian Revolution Against the Bureaucracy» (La Revolución Proletaria contra la Burocracia), «On the Content of Socialism, Il», y « On the Content of Socialism 111», en Vol. 2 de Political and Social Writings (Escritos Políticos y Sociales), Minneapolis: University of Minnesota Press, 1988; M. Horkheimer, «The Authoritarian State» (El Estado Autoritario), Telos, No. 15, Primavera 1973, pp. 3-20, y R. Bahro, The Alternative in Eastern Europe (La Alternativa en la Europa Oriental), Londres: Verso. 1981.

En el Tercer Mundo el ideal del socialismo estaba más o menos adaptado a las condiciones locales y a las tradiciones intelectuales. Sin duda, los dos socialistas intelectualmente mas influyentes que han moldeado muchos de los debates subsiguientes fueron Mao Zedong, quien luchó y defendió un comunismo revolucionario de estilo soviético y Jawaharlal Nehru que luchó y defendió un socialismo parlamentario evolucionista mas pacifico. Los escritos de Mao están reunidos en Selected Works of Mao Tse-tung (Obras Escogidas de Mao Zedong), Pekín: 1967 a 1977, en 5 volúmenes; Stuart Schram (ed.), The Political Thought of Mao Tse-tung (El Pensamiento Político de Mao Zedong), Nueva York: Praeger, 1963; y Stuart Schram (ed.), Chairman Mao Talks to the People: Talks and Letters, 1956 1971 (El Presidente Mao Habla al Pueblo: Conferencias y Cartas, 1956-1971), New York: Pantheon, 1974. Para Nehru véase: Jawaharlal Nehru: An Autobiography, with musings on recent events in India (Jawaharlal Nehru: Una Autobiografía con reflexiones sobre eventos recientes en India, Londres: 1936: «Whither India?» (¿Adónde India?)(1933) and «The Presidential Address» (El Discurso Presidencial) (1936) en Selected Works of Jawaharlal Nehru (Obras Escogidas de Jawaharlal Nehru), Nueva Delhi: Orient Longman, Vol. 6 pp. 1-32, 1974 y Vol.7, pp. 170-95, 1975 respectivamente. También véase la selección de escritos sobre «Planning and Socialism» (Planeamiento y Socialismo) en S. Gopal (ed.) J. Nehru: An Anthology (J. Nehru: Una Antología), Delhi: Oxford, 1980, pp. 291-319.

Sobre los intentos de repensar la cuestión de la trascendencia del capitalismo de manera que no incluya una visión o proyecto a priori, véase: Antonio Negri, Marx

Beyond Marx (Marx mas allá de Marx), Bergin & Garvey, 1984, especialmente «Lesson Eight: Communism & Transition» (Lección Octava: Comunismo y Transición), The Revolution Retrieved (La Revolución Recuperada), Londres: Red Notes, 1989; The Politics of Subversión (La Política de la Subversión), Londres: Polity Press, 1990; Felix Guattari (con Gilles Deleuze), Anti-Oedipus: Capitalism and Schizophrenia (AntiEdipo: Capitalismo y Esquizofrenia) y A Thousand Plateaux: Capitalism and Schizophrenua (Mil Mesetas: Capitalismo y Esquizofrenia), Minneapolis: University of Minnesota Press, 1983 y 1987 respectivamente.

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