La Jornada

Jueves 5 de enero de 2006

Sergio Zermeño

Para leer la otra campaña

En un conciso comunicado el pasado 25 de diciembre la comandancia del EZLN estableció los términos de la otra campaña: el delegado Zero (subcomandante Marcos) será la avanzada de "un recorrido para la construcción de un programa nacional de lucha anticapitalista y de izquierda". Se trata, agregaba, de "una iniciativa civil pacífica"... pero, al mismo tiempo, de "una lucha por una transformación radical del sistema que ha sido impuesto con violencia a nuestro pueblo".

Conciso pero no sencillo, en la medida en que la relación entre sus componentes no es inmediatamente lógica: es nacional, anticapitalista, radical, de izquierda, civil y pacífico. Sin gran alarde analítico y buscando no confundir, externamos las siguientes consideraciones: cuando en el discurso zapatista se lee "nacional", regularmente se hace referencia a que ese movimiento no es ni un movimiento regional, o no quiere reducirse a lo regional (por más que los caracoles y las juntas de buen gobierno tengan su asiento y su referente en un área territorial) ni exclusivamente indígena, por más que ése haya sido su origen y esté nutrido por la reivindicación de la cultura y la autonomía de los pueblos indios. "¿Realmente el pueblo de México nos espera como una fuerza política organizando la lucha a nivel nacional?", se preguntaba Marcos desde 1995. "Porque a eso aspiramos", se respondía, "a ser una fuerza política nacional, no local... El ¡ya basta! se multiplica."

Decir nacional, en esta perspectiva, es entonces "acumular las fuerzas" del descontento para provocar un cambio radical y a ello está asociado, irremediablemente, el problema del Estado, de la conducción del Estado Nacional, con los zapatistas al frente o con otras fuerzas afines.

Es inevitable la asociación con lo que está pasando en otras latitudes, por más que el EZLN no se haya manifestado al respecto: ¿asistimos en Bolivia a un levantamiento que acumula el malestar de muchos actores populares y amalgama lo indígena, lo nacional y lo estatal? Entonces: ¿Bolivia sí viene desde abajo, Venezuela, Ecuador y mucho de Cuba también, pero Uruguay no, Chile no, Brasil no y AMLO tampoco? Quizás la respuesta es que estos últimos no son anticapitalistas, no son socialistas, no son radicales.

La verdad es que el zapatismo no puede dar respuestas en este terreno porque ha declarado contundentemente que no pretende ocupar posiciones en la conducción estatal, en las legislaturas ni en los partidos, que su movimiento es social. Hay ahí, pues, una dificultad: se busca la articulación de los desposeídos, los dominados y los excluidos en general, para lograr su mejor alimentación, alojamiento, salubridad, educación, fortalecimiento de su autonomía cultural y social... pero la fuerza que así pueda generarse no está dirigida a la conquista del poder político.

Podemos entonces colocar las cosas de otra manera: cuando el zapatismo propone que su lucha es sobre todo social, al lado del pueblo, está sin duda comunicándonos que en los espacios con que se articule, o en los espacios (actores, cooperativas, sindicatos, comunidades, regiones...) que se articulen entre sí gracias al llamado y al recorrido que se ha propuesto, en esos espacios, desde su base, se propondrá llevar adelante una reconstrucción social (como nos ponen el ejemplo con los caracoles, aunque muy poco nos hable de ellos). Si así es, entonces se entiende por qué su lucha busca ser anticapitalista y radical, al mismo tiempo que pacífica. Si de esto se trata, entonces estamos en un terreno que no pretende acumular fuerzas para una acción confrontacionista, cortoplacista y que busca el poder estatal, sino se trata más bien de construir el poder social entre los distintos actores y regiones de nuestro país. El trabajo será entonces un trabajo largo, "será despacio, muy despacio", como dijo este lunes, de embarnecimiento del poder social (lo que no necesariamente quiere decir pacífico o sencillo, porque luchar contra la construcción de un aeropuerto, un Wal-Mart o un McDonald's y las fuerzas que los respaldan, no es enchílame otra). Pero entonces entramos en otra dificultad: un movimiento socialista, anticapitalista y radical que se desarrollará a lo largo de algunos años en una o varias regiones o frentes sindicales, ¿tiene necesariamente que llevarse adelante rompiendo todas sus relaciones de apoyo y cooperación con los programas gubernamentales, las universidades, las organizaciones de la sociedad civil, etcétera? ¿O debe tejer ese embarnecimiento social "con un pie afuera y uno adentro" del sistema, de las instituciones del reformismo de AMLO o, en su país, del radicalismo de Evo?

Vienen al caso las enseñanzas de Gramsci cuando advertía a la izquierda de su tiempo que debía tomar en cuenta que hay una gran diferencia entre la "guerra de movimientos" y la "guerra de posiciones", es decir, entre la estrategia de la confrontación, el asalto al poder con la acumulación de fuerzas revolucionarias y el levantamiento popular, por un lado y, por otro, los cambios paulatinos asegurados por actores que se van robusteciendo en lo social y, apoyados en esa fuerza, generan cambios democráticos moderando a los poderes desmedidos de las oligarquías religiosas, políticas y económicas. No es un asunto de escoger: el anticapitalismo puede tener una vía radical y una paulatina, ambas vías son un hecho real, una y otra son legítimas y en ambas ha habido fracasos.


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